viernes, enero 12, 2018

12 de enero

Foto: Bethania
Hace tres años me aplicaron morfina para que no sintiera dolor. Hace tres años tuve el rostro más hermoso y radiante debido a la morfina. Hace tres años creí que todo seguiría normal. Hace tres años llené frascos de lágrimas por el cambio rotundo. Hace tres años decidí levantarme y seguir adelante.

Este año constato que, Enero, es el mes de debatir con Dios: ¿Por qué azota mi organismo y me lleva a la cama cuando supuestamente es inicio de año y hay muchas cosas por hacer?

Mis últimos tres años han sido así. Enero diagnostica y el resto de los meses son un vaivén. Y no es nada grato. La edad avanza y la recuperación es más lenta. Pero, en la lentitud, cuando hay desesperación de mirar la luz, me detengo a reflexionar y termino diciéndole a Dios: ¿Ahora qué quieres mostrarme? Él guarda silencio y su silencio me da la respuesta: Tú descubre qué es lo que quiero.

Y cuando pierdo el ánimo de escribir, me sentencio: Hay que escribir con la enfermedad. Y dejar que Dios se manifieste en cada letra.

Yo quería olvidar esta fecha. Dejarla atrás. Enterrada. Pero, acabo de comprender que, después de todo, ¿por qué habría de olvidar la fecha que cambió mi mundo?

Ahora, aunque el camino sea angosto, disfruto cada escalón y prosigo la meta.

Qué bello es vivir.



martes, enero 02, 2018

Año Nuevo

Pintura de Marc Chagall
La vida me dice que soy la diosa de mis hojas en blanco y que puedo armar la historia que se me venga en gana. Escribir por ejemplo: Mi fin de año no fue cómo yo creí que sería: lejos de mi hogar, sin aretes y con un cerebro perdido. En el silencio pude constatar que la vida te mueve para que uno no se estanque. Y para reírse de uno mismo y recordar que nada es perfecto. Que cualquier día puede ser esplendoroso aunque sea un pájaro enjaulado. Despertar sabiendo que un 2 de enero puede ser el inicio de un Año Nuevo. Despertar para volver a encontrarme con el amor. Mirar y callar. Escuchar y pensar. Desear y amar. Saber que tiene vida. Que yo tengo vida. Atreverse a escribir aunque nadie comprenda el latir de un reloj que no se usa para no ser esclavo de nada, ni de nadie. Ahora sé y estoy segura, que cada día será una oportunidad para que en mi organismo fluyan ríos de agua viva, mi corazón tenga plenitud y mis pensamientos se sostengan con la fe sembrada en la Palabra que no vuelve vacía.