Tras el velo del párpado,
un mundo extraño y nuevo.
Lewis Carroll
Desde
mi infancia no había vuelto a leer Alicia
en el país de las maravillas. Disfruté muchísimo con esta segunda lectura
de un libro valioso para mí. Libro obsequiado en mi nacimiento por mi Capitán,
el que zarpó a mejor mar en abril de este año. Una edición maravillosa de
Ernesto Flammarion y hermosamente ilustrada por Adrienne Ségur. Mientras lo
leía, me creí Alicia. Y he despertado y he dicho lo mismo:
—¡Oh, Dios mío! ¡Qué extraño es hoy todo! Ayer
todo era normal. ¿Habré cambiado durante la noche? Tengo que reflexionar:
cuando me he levantado esta mañana, ¿era la misma de ayer? Me parece recordar
que me sentí un poco distinta. Pero si no soy la misma, ¿quién soy? ¡Qué difícil
problema!
Y
es que ha pasado otro año más en mi vida. Tan veloz como si el reloj no
existiera o jugara con sus manecillas. Como si el calendario estuviera de
adorno sobre el eco de una pared. Un año lleno de horizontes que cambiaron en
un parpadeo. Porque, aunque uno se esmere o pretenda que cada día será un
derrame de felicidad, no es así. Y no siempre está en nuestras manos cambiar el
destino. Entonces pienso que para eso están las letras, para escribir la
historia que no se vivirá. Pero la vida es otra, la real, la que se vive días
tras día: la muerte que nos llega, la desolación del adiós, las sábanas
enfermas, los pleitos innecesarios, las lágrimas de la ausencia, el cansancio
laboral, el insomnio por el recuerdo, las caídas de una bicicleta, los golpes
por las palabras, las heridas por el amor, el hambre del prójimo, las batallas
de un país por ser mejor. O los premios acumulados, el dinero mal gastado, las
conversaciones entre el café de los otros, el ofrecimiento de la vida, del
mundo raro y extraño en que vivimos. Y el año avanza como si llegáramos a tocar
las nubes y nos transformáramos en estrellas o en pájaros o en la levedad de
una hoja que cae por el soplo suave del viento. Y, entre el bien y el mal,
siempre están los amigos, los libros, el cine, la música, las caminatas, el
jardín y los animales que no son míos. Y una copa de vino cae lentamente, solo
para recordar que, al quebrarse, el año puede ser otra rotura en el alma o una
madeja de hilos enredados. Listos para ser una cortina o simplemente decidir dejar
la ventana abierta para que el amanecer sea la bienvenida de nuestros ojos.
Otro
año que se va. Y ahora recuerdo ese verso de Pablo Neruda: Nosotros, los de
entonces, ya no somos los mismos.
Y
vuelvo a sentirme Alicia, porque “Alicia estaba de tal modo acostumbrada a lo
extraordinario, que el curso normal de la vida le resultaba aburrido y
fastidioso”.
Yo,
que me siento que vivo en un castillo, que me conformo con poco y que también
me altero con mucho, yo, que deseo ser, existir, vivir y volver a ser. Yo soy
esa Alicia que sueña que vive. La que se atreve a preguntar solo porque quiere
crecer. Y vivo y sueño y pienso en Dios.
Un
año más para despedirlo con dignidad y darle las gracias por lo que me dio, por
lo que me quitó y por lo que me regresó.
Sonrío
y declaro con Alicia: —¿Será que voy a atravesar la Tierra?