Foto de Graciela Barrera |
Mi doctor me dijo que tenía que comprar una bata cómoda
porque estaría internada tres días en la clínica oncológica, era para proceder
a la última etapa del tratamiento.
En ese momento, a pesar de que el doctor me comentó cómo
sería el proceso, realmente no sabía lo que me esperaba. Creí que todo iba a
ser fácil y sencillo. Nunca me imaginé el sufrimiento que pasaría.
Mi amiga Saraí me recomendó una tienda y me acompañó para
realizar la compra. Entre las muchas batas que había, elegí una que me gustó
mucho. Es una bata simple y económica, pero, es de mi color favorito. Además,
la tela tiene corazones, puntos y dos bolsas que siempre son necesarias.
Adornada con un encaje que me recuerda a mi abuelita. Compré la bata con gusto
y con optimismo.
Mientras estuve internada en la clínica, no hubo opción para
mi familia: tuve que permanecer sola en la habitación. Cinco minutos era
demasiado para que estuvieran conmigo. Fueron tres días que marcaron
tremendamente mi vida: tenía prohibido mover mi cuerpo. Todo pasó por mi mente.
Creí que no terminaría el proceso.
Han pasado cuatro años de ese suceso. Suceso que todavía
sigue siendo un parámetro para que yo persista en la meta. Para recordar que
nada es imposible cuando se desea aprender aunque haya sufrimiento. Y, sobre
todo, para agradecer a Dios.
Yo no tengo problema de apegos por las cosas. Las disfruto y
cuando se llega el momento de que pasen a otras manos, lo hago sin sentimentalismos.
Pero, ¿qué pasaba específicamente con esta bata? ¿me causaba dolor o me
recordaba un aprendizaje? La bata fue lavada y desinfectada. Por un momento
quise quemarla, pero algo sentí que debía guardarla en el fondo de un cajón.
Nunca me atreví a regalarla.
A un mes de que mamá se fue, pensé en la respuesta: la bata
es un símbolo personal de que puedo proseguir ante toda circunstancia.
Así que,
abrí el cajón y volví a lavar la bata sin tristeza ni dolor.
Me la he puesto y dormiré con ella.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario