La vida que queremos vivir y sentir debe tener al menos un yo.
Mi nombre es Ann Matland, tengo 23 años, vivo en las afueras de Vancouver, Canadá, en un camper en el patio de la casa de mi madre.
Mi madre trabaja como repostera en un restaurante, le encantan las películas de Joan Crawford.
Mi padre lleva diez años en la cárcel y en ese lugar elabora zapatos. Recuerdo que su desayuno era el bourbon.
Mi esposo se llama Don y se dedica a construir piscinas.
Lo conocí en el último concierto de Nirvana, al escucharlos, yo lloraba de emoción, él me vio de lejos, observó que lagrimeaba, se acercó a mí y se quitó su camiseta para limpiar mi rostro. A los 17 años me casé con él y tenemos dos lindas hijas, Penny de 6 años y Patsy de 4 años.
Somos pobres pero con muchos sueños y esperanzas.
Por las noches, trabajo como afanadora en la Universidad. Mi compañera de trabajo, Laurie, vive obsesionada con las dietas y quiere saber que alimentos consumo, ya que soy muy delgada.
Últimamente he tenido náuseas, me he sentido débil y pienso que es por tener un trabajo nocturno o porque quizá estoy otra vez embarazada.
Mi madre me encontró desmayada, me dejó en el hospital mientras ella se encargaba de mis niñas.
Me atiende el Dr. Thompson y después de mucho tiempo que me tuvieron en observación y realizándome estudios, el doctor me dice que tengo un tumor en ambos ovarios, que se ha extendido al hígado y al estómago.
Y sin verme a mis ojos, me informa que voy a morir, no tengo esperanzas y me quedan dos meses de vida.
Para atenuar este diagnóstico, me regala dulces de jengibre tratando de endulzar mi vida.
El doctor me pide que debo someterme a tratamientos y estar constantemente en consultas médicas, yo me niego porque no le veo caso, tengo tantas cosas por hacer antes de morir.
Salgo de la clínica, decido que mi familia no se va a enterar, no les diré nada de que voy a morir y miento diciendo que tengo anemia.
Quizá sea el mejor regalo que les deje, evitar la tensión de ir al hospital, además no quiero que mis niñas me recuerden hospitalizada.
Llueve, no hay mucho tiempo para pensar, no lo tengo, mis ojos están cerrados bajo la lluvia, sintiendo el agua entre la ropa y sobre la piel, palpando la tierra suave bajo los pies, escuchando el sonido de la lluvia contra las hojas, a mi me gusta el frío, me hace sentir viva, pienso en las noches con luna y en los libros que no leí.
No, no hay tiempo para pensar, quizá me faltó práctica y no supe como hacerlo.
Estoy sola, nunca me había sentido tan sola como ahora, las mentiras serán mi compañía.
Voy a un café y decido escribir las cosas que debo de hacer antes de morir:
1.- Decirle a mis hijas que las quiero varias veces al día.
2.- Encontrarle una nueva esposa a Don que le agrade a las niñas.
3.- Grabar mensajes de cumpleaños a las niñas por cada año hasta que cumplan 18 años de edad.
4.- Ir juntos a la playa y hacer un gran almuerzo.
5.- Beber y fumar todo lo que quiera.
6.- Decir lo que pienso.
7.- Hacer el amor con otros hombres para saber lo que se siente.
8.- Hacer que alguien se enamore de mí.
9.- Ir a ver a papá a prisión.
10. Ponerme uñas postizas y hacer algo con mi cabello.
Estoy en el supermercado, hace frío y me gusta.
Ahora veo las cosas claramente, veo todas esas vidas y voces prestadas, veo todo lo que no puedo comprar y que ahora ni siquiera quiero tener. Todo seguirá aquí cuando me muera.
Entonces me doy cuenta de que todas las cosas en los llamativos aparadores, todas las modelos de los catálogos, todos los colores, todas las ofertas especiales, todas las recetas de toda la comida grasosa, todo está ahí para alejarnos de la muerte y no funciona.
Nadie piensa en la muerte en el supermercado.
Y yo he descubierto apenas el placer de vivir.
En la lavandería conozco a Lee, un hombre que me comparte sus lecturas de esos libros que no llegaron a mis manos y me pone música que nunca había escuchado como a Blossom Dearie. Y él se enamora de mí.
Conozco a mi nueva vecina, tiene mi mismo nombre, a ella la veo ideal para Don y para las niñas.
Mi oración es que mi familia la quiera, que haya momentos de felicidad muy intensos, que sus problemas parezcan insignificantes.
A mi doctor le entrego el paquete de cassettes grabados para que él los entregue en el tiempo indicado. Don, las niñas, mi madre y Lee escucharán mis últimos deseos y ellos lo llevarán a cabo.
Quiero que sueñen un paraíso para mí, que recuerden las cosas bellas que vivimos juntos.
No lamento la vida que voy a tener porque para entonces ya estaré muerta, y los muertos no sienten nada, ni siquiera arrepentimiento.
Tiempo, esto es lo único que me faltó últimamente.
La vida es mucho mejor de lo que crees.
1 comentario:
Si se publica en medios, es que pesa. Punto. Y no el "final".
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