sábado, enero 07, 2006

Los últimos días de mi vida...

Dimitri es un hombre cuarentón, delgadísimo, sus ojos de un color azul intenso, adornan un rostro de enfado con la vida porque sabe que va a morir. Contempla su bella casa, toma su maleta y una foto de aquella familia que tuvo alguna vez, aborda un taxi, observa el muelle, quizá, en el recorrido, guarda en su memoria todo lo que no volverá a ver.
Procedente de Marsella, se traslada a Gardanne, Francia, para llegar a La Maison, una estancia para pacientes con fase terminal, no se sabe porque su decisión de integrarse con los otros que también esperan la muerte, pero al menos, él cree que no llegó a ese lugar para ser feliz. Conoce a los que serán sus compañeros en el mismo dolor por el deseo de la vida y a los enfermeros voluntarios que los atienden, entre ellos a Suzanne; se integra a cenar, escucha las historias de ellos, es un ambiente cálido pero no se siente a gusto, intolerante y de mal humor intenta regresar a su casa, pero un desmayo provoca quedarse.
Duerme tres días seguidos, al despertar y ver la sonrisa cautivadora, atenciones y paciencia de Suzanne, decide cambiar de actitud ante los demás.
A partir de ese despertar, ellos se integran en sus miedos: él tiene miedo de morir y ella tiene miedo de vivir, así que se disponen a vivir porque él le dice a ella: “lo que no hicimos, no lo vamos a hacer en poco tiempo, me quiero sentir vivo”.
Así que ellos pasean, conviven, ríen, y ayudan a los otros enfermos, siempre les acompaña un ambiente musical entre los amigos, realmente no parece que vivan entre la alegría y la tristeza de lo que esperan: la muerte; todos proyectan la vida en apogeo.
Dimitri y Suzanne se enamoran, ambos tocan sus corazones para cada quién seguir con su destino. Ellos vivieron su oportunidad y se alentaron en la esperanza de vivir con lo poco que tenían.
Y llega la mañana en que Dimitri despierta sabiendo que es su último día. Le pide a Suzanne que sea feliz, que realice ese viaje soñado que harían juntos. Ella ahí está, aguardando con valentía el fin, y mientras él se va para siempre, ella viaja con el susurro de la canción “Un día verás” en la voz de Jacques Dutronc: “Un día ya verás/ nos volveremos a ver/ en algún lado/ no importa donde/ guiados por el destino/ nos miraremos y sonreiremos/ y mano con mano por las calles nos iremos”.










2 comentarios:

Anónimo dijo...
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