miércoles, enero 25, 2012

Corre Sandra, corre

Foto: Graciela Barrera

El simple hecho de correr una hora todos los días, asegurándome con ello un tiempo de silencio sólo para mí, se convirtió en un hábito decisivo para mi salud mental.
Haruki Murakami


Tantas veces vi pasar a los corredores, tantas veces los veo diariamente, tantas veces se volvió costumbre. Tantas veces desde la infancia, tantas veces desde los recuerdos, tantas veces desde los sueños. Pero llegó el momento para detenerme por primera vez y observarlos correr veintiún  kilómetros desde la orilla del mar. ¿Qué pasó antes que no me detuve a mirarlos como lo hice el domingo pasado en mi querido puerto? No lo sé. Todo tiene su momento exacto para detenerse y gozar de una carrera. 

Estoy rodeada de amistades que corren diariamente. Unos por placer, otros por salud, otros por huir, otros para encontrarse, otros para llegar a la meta, otros para no llegar, otros para pensar, otros para llorar, otros para tocar el viento, otros para escribir, otros para conversar, otros para sentir que vuelan. Y todos se unen en lo mismo: correr para ser libres.

La mayoría de ellos me cuentan sus experiencias. Algunos han participado en maratones en el extranjero. Otros en algunas ciudades de mi país. Me narran todo con detalle y sus rostros se emocionan al recordar sus logros. Me dicen sus tiempos, sus recorridos, su final. Y pareciera que yo estuve ahí presente. Entonces, me acuerdo cuando yo corría en el bulevar, pero mis piernas siempre preferían la bicicleta. 

Experimenté con emoción el medio maratón para ver correr a Sandra. Y a otros amigos. Fue una mañana intensa. Mujeres y hombres de todas las edades, solitarios o en pareja o en grupo, corrían para llegar a la meta. Algunos con esfuerzo, otros con ligereza. Sus piernas eran diversas danzas. Cuerpos torneados o cuerpos con sobrepeso, playeras portando con orgullo su número. Una pasarela multicolor, luciendo sus vestimentas y llevando su mejor calzado. Muchos con sus audífonos, pero la mayoría eligieron escuchar el canto del mar. Sudados gritaban y reían. Y otros, concentrados sin querer distraerse. Saboreaban las naranjitas o el agua que les ofrecían los voluntarios. Porras por doquier y aplausos para todos.

Corredores que no pasaron desapercibidos, como el que portó la vestimenta del chapulín colorado y fue la sensación para todos. Su actitud me conmovió, ya que no le importaba ganar, sólo quería disfrutar y darle alegría a la gente. O la joven mujer que corrió con su bebé en la carriola. O el muchacho en su silla de ruedas empujado por su hermano. Y todos, todos corrían y trataban de vencer sus obstáculos personales y unirse en la camaradería. Contagiar a su familia, amigos y espectadores.

Muchos viajaron para estar listos el domingo a las 7 de la mañana. El puerto fue visitado por muchas ciudades. Eran las ganas de correr, de experimentar, de perseverar, de guardar el recuerdo en una conchita de mar y en la arena escribir su récord.

Y Sandra corría como si fuera una gacela. Sonriente y disfrutando del paisaje, corrió hasta alzar sus brazos de victoria cuando llegó a la meta. Ella seguramente recordó sus hazañas pasadas, su adolescencia y la influencia de sus hermanos para correr con ellos. Corrió con el corazón agradecido por el apoyo incondicional que le ha dado su familia. Creo que también recordó las vivencias de Murakami y repitió en su silencio el título del libro: “De qué hablo cuando hablo de correr”. Porque a Sandra, mi amiga,  sólo le gusta correr. Ella escribió en su libreta: “Cada vez que corro, descubro algo de mí misma. No corro para huir, sino para encontrarme”. 

Me emocionó verla llegar y ser testigo de un sueño más realizado en su vida. De constatar su perseverancia,  su disciplina y su pasión por sentirse libre. Me emocionó verle colgada la medalla como un testimonio de ser partícipe en una fecha inolvidable. Me emocionó el ambiente jarocho en las gradas, el mismo ambiente de siempre. Me emocionó ver a los corredores extasiados pero felices. Me emocionó ver la gente olvidándose de los problemas que vivimos para estar junto a cada uno de nuestros corredores. 

Aún recuerdo el pasado sol dominical que miré al amanecer. Estaba parado enfrente del mar. Enorme, redondo, radiante. Daba la impresión que el sol no quería tocar el mar. Y el mar estaba gris, lo cubría la bruma y sus olas estuvieron quietas. Quise creer que el mar decidió permanecer así para no opacar a los más de dos mil corredores. Y yo, entre la multitud, encontré mis pies. El mar me los devolvió.

Mientras tenga vida, no me cansaré de gritar: Corre Sandra, corre.





5 comentarios:

Abril Lech dijo...

Hermosa, ciertamente Sandra parece una gacela en tu foto! Yo cada año comienzo diciendo que este año correré. Y espero que el 2012 sea el de cumplirlo, me puse una meta para septiembre. Veremos...

virgi dijo...

Precioso texto. Muy emotivo.
Un abrazo.
Me gustó mucho Murakami y sus correrías.

Pierrot dijo...

También me provoco darme una pequeña maratón. Justo había reposteado un viejo texto sobre estar corriendo.Curioso

http://piedrasdesopa.blogspot.com/2012/01/ml-08-nudillos-imantados-y-la.html

Saludos desde la Olla

LA CASA ENCENDIDA dijo...

Es precioso correr para encontrarse, lo voy a tener en cuenta.

Preciosas las vivencias tuyas mientras les ves a todos seguir adelante.

Besicos muchos.

I. Robledo dijo...

Posiblemente la vida no sea sino una carrera, lo que ocurre es que muchos ni siquiera sabemos hacia donde corremos...

Un abrazo, Clarice... El texto es tremendamente fuerte y emotivo...