“Retirado en la paz de estos desiertos con pocos, pero doctos libros, juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos”.
Francisco de Quevedo.
Eso de cobrar un cheque quincenal tan limitado, tener que ir a la obligada compra de la despensa, y por cierto, tan odiada para mi, sean supermercados tan grandes como una bodega o chicos como un salón de clases, a la hora que me decido ir, es porque me acuerdo que en esos lugares, existe el área de los libros y obvio, también el pasillo de las leches.
La leche y los libros son mi adicción, los dos gustos van de la mano.
Podría ser más lógica de contar mis suspiros sobre el lugar indicado que son las librerías, en esa esquina de la calle de la sirena, o podría escribir la experiencia de las Ferias del Libro, como la que traigo permanentemente pegada al recuerdo: la del Palacio de Minería.
O simplemente, contar cuando alguien me regala un libro, envuelto en un lindo papel y en donde me entra la taquicardia por la curiosidad de saber qué libro es.
Pero la cuestión es, que tengo por fuerza que ir a la compra de la despensa, y como siempre hay una lista de prioridad, cada quincena, es lo mismo: ¿leche o libro?
Llego, tomo un carrito, reviso mi lista de solicitudes caseras y en vez de llevar el orden, me estaciono en la estantería de los libros, que por desgracia, son tan pocos, y paso el mayor tiempo parada en ese lugar.
Y cuando reacciono y veo la hora, me acuerdo que yo iba a surtir la alacena.
Yo asocio la leche con los libros.
Se me hace que se parecen mucho, no soy experta en ninguno de los dos, pero a simple vista observo que ambos engordan, la leche me engorda, debería de disminuirla en mi dieta, pero los libros también engordan el alma, bueno, otros de plano enflacan el espíritu, se queda uno tan débil que es mejor cerrarlos, se registran por diferentes marcas, son ligeros o grasosos como lo pueden ser los mismos empastados, hojas y hasta los mismos autores.
Quizá la única diferencia para mi sea el precio y es esto lo que causa la frustración.
Yo disfruto tanto la leche y cada noche, mi paladar pide a gritos su sabor.
La leche la disfruto en la madrugada, ya bien dormida, me despierto como loca sonámbula para abrir mi gran refrigerador, un refrigerador blanco y alto, en donde me detengo siempre, para ver mi colección de imanes de otras ciudades o países, ah…porque cada amistad que pisa territorio fuera de mi cueva, saben que deben de traerme un imán con el nombre del sitio visitado, y después de que checo mi gran congelador para ver como andan mis recuerdos congelados, busco como desesperada un cartón de leche y me lo bebo, como beberse un libro.
Y si no hay la tal leche, entro en un poquito de mal humor, me pongo los pants, y en medio de la madrugada, cercana a los gatos, búhos y luciérnagas que cuidan mi lindo jardín, tomo el auto y me dirijo al mini super nocturno del pueblo, de esos que ya hay en todos lados, -benditos locales- porque si no vas por la leche, encuentras un vinito y te topas con los desvelados.
Entonces, como la leche es indispensable en mi vida como los libros, al final, el cheque lo convierto en milagro, decido colocar un libro en el carrito y lo paseo por toda la tienda para presumirlo.
Y saber que voy a adquirir un nuevo libro produce el efecto que mis sentidos se alteren.
Sentir la leche en mi paladar es como sentir en mi piel a los libros.
Los títulos de los libros seducen a mis ojos.
Mis ojos se esconden entre sus páginas, es mi refugio ante lo desconocido.
Los toco, los acaricio, los huelo, los peso, los hojeo, y si se descuidan los empleados, al libro le regalo un beso.
Es una bella locura, y sobre todo cuando tengo el libro que quiero.
Es columpiarse en ellos y disfrutar más allá de los sueños.
Tener un libro en mis manos, es como tener al amado regalándome un beso.
Es caminar, viajar, conocer ciudades, pueblos, museos, jardines, montañas, mares, atardeceres, madrugadas, escuchar ecos lejanos, beber y comer de la manera más placentera y tantos sentimientos claroscuros.
A veces me siento la protagonista, otras veces la música, y de vez en cuando, me entra el instinto de odiar o amar locamente al autor.
Tener un libro nuevo es una aventura donde decides partir sin saber el regreso.
Un libro nuevo ante mi, me provoca recordar a Javier Marías cuando dice que: “Leer nos da la posibilidad de ser también otros de los que somos, y de vivir las vidas que seguramente nunca viviremos, y por lo tanto de descansar a ratos, de nosotros mismos”.
jueves, agosto 11, 2005
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2 comentarios:
Ya lo escribieron antes de mí. Así que vayamos a las cuestiones "técnivas". Un lindo juego en que dos manías se conjugan ante una sola pasión. Una descripción de acciones que, sin embargo, se olvida dibujar los objetos a través de las palabras.
¿Porque sera que lo que nos gusta engorda?
Jajajaa!, lo mismo me pasa con la música y los alimentos con picante...
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