En un viernes nocturno, con el olor de la lluvia encima y escuchar las notas de Rachmaninov es conmovedor para las venas del pentagrama musical.
Escuchar la partitura es querer saber que emociones vivía Rachmaninov, si estaba desolado, enamorado o pasando por alguna situación crítica en su vida cuando escribía el “Segundo concierto para piano y orquesta, en do menor, opus 18”.
Sergei Vasylyevich Rachmaninov (1873-1943) ruso, compositor, pianista y director de orquesta, educado en una familia musical, después de tener una infancia difícil, logra sobresalir y rodearse de otros músicos extraordinarios.
Anteriormente a esta obra, ya había compuesto con resultado de fracaso, ya no quería seguir componiendo, decidió dedicarse en el camino laboral como director de orquesta, sin embargo, con el tiempo y en un estado de depresión, se puso bajo tratamiento médico y quiso retomar la composición, fue así como escribió esta obra que resultó todo un éxito, logrando ser uno de los intérpretes y compositores más brillantes del siglo XX, sus obras son la expresión del romanticismo.
Esta obra musical la he escuchado algunas veces y en diversas interpretaciones de pianistas y orquestas, pero después de mucho tiempo, escucharla en vivo fue sensacional, me transportó por los aires entre vivencias, espejismos y sueños, entre ellos el recuerdo de la película “Breve encuentro” del director David Lean.
El Segundo concierto para piano y orquesta, en do menor, opus 18, con sus tres movimientos: moderato, adagio sostenuto y allegro scherzando es una obra romántica, suave , fuerte, intensa, conmovedora, es una exaltación de la belleza para los oyentes.
Interpretada magistralmente por el pianista ruso Yakov Pasman, contemplar sus manos como producían los sonidos llenos de intensidad, ver su rostro que hablaba en el silencio mientras acariciaba el piano, me hizo recordar la imagen de mi hermano cuando toca el piano.
No en todos los pianistas encuentro este rostro.
Yakov Pasman cumplió el objetivo de transmitir al público, de sentir los latidos del corazón, volar en la imaginación y sonreír agradecidos por darnos treinta y tres minutos de paz.
Ahí estaban mis amados y…fue inevitable llorar.
Escuchar la partitura es querer saber que emociones vivía Rachmaninov, si estaba desolado, enamorado o pasando por alguna situación crítica en su vida cuando escribía el “Segundo concierto para piano y orquesta, en do menor, opus 18”.
Sergei Vasylyevich Rachmaninov (1873-1943) ruso, compositor, pianista y director de orquesta, educado en una familia musical, después de tener una infancia difícil, logra sobresalir y rodearse de otros músicos extraordinarios.
Anteriormente a esta obra, ya había compuesto con resultado de fracaso, ya no quería seguir componiendo, decidió dedicarse en el camino laboral como director de orquesta, sin embargo, con el tiempo y en un estado de depresión, se puso bajo tratamiento médico y quiso retomar la composición, fue así como escribió esta obra que resultó todo un éxito, logrando ser uno de los intérpretes y compositores más brillantes del siglo XX, sus obras son la expresión del romanticismo.
Esta obra musical la he escuchado algunas veces y en diversas interpretaciones de pianistas y orquestas, pero después de mucho tiempo, escucharla en vivo fue sensacional, me transportó por los aires entre vivencias, espejismos y sueños, entre ellos el recuerdo de la película “Breve encuentro” del director David Lean.
El Segundo concierto para piano y orquesta, en do menor, opus 18, con sus tres movimientos: moderato, adagio sostenuto y allegro scherzando es una obra romántica, suave , fuerte, intensa, conmovedora, es una exaltación de la belleza para los oyentes.
Interpretada magistralmente por el pianista ruso Yakov Pasman, contemplar sus manos como producían los sonidos llenos de intensidad, ver su rostro que hablaba en el silencio mientras acariciaba el piano, me hizo recordar la imagen de mi hermano cuando toca el piano.
No en todos los pianistas encuentro este rostro.
Yakov Pasman cumplió el objetivo de transmitir al público, de sentir los latidos del corazón, volar en la imaginación y sonreír agradecidos por darnos treinta y tres minutos de paz.
Ahí estaban mis amados y…fue inevitable llorar.
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