martes, enero 10, 2006

Las palabras...

Se lee: “Tengo todo el cuerpo lleno de palabras. En los análisis de sangre, siempre aparecen más palabras que glóbulos: -El colesterol está dentro de los límites, pero las palabras…-me dice el médico, y frunce el ceño.
Las palabras me caminan adentro, mientras yo camino. En mis ires y venires a lo largo de la costa de Montevideo, las palabras van y vienen a todo lo largo de mí: ellas se buscan, se encuentran, se juntan, y juntas crecen y se van convirtiendo en cuentos que quieren ser contados. Entonces las palabras golpean a las puertas de mi cuerpo, la puerta de la boca, la puerta de la mano, queriendo salir, queriendo darse, mientras yo me dejo ir por la orilla del río ancho como mar. Fue a la orilla de ese río-mar donde alguna vez también yo golpee a las puertas de un cuerpo, queriendo salir, queriendo darme, y fui nacido”.

Al leer a Eduardo Galeano sus caminares, me hizo pensar que tan poderosas resultan ser las palabras, sobre todo cuando emanan de nuestra boca. Vestimos un cuerpo de palabras y andamos diariamente compartiéndolas en todos los sentidos, quizá sin darnos cuenta que pudiendo ser de belleza nuestras palabras, se convierten en silencio innecesario ó hirientes con nuestro prójimo.

La palabra es un don exclusivo del hombre dentro de la creación. El ser humano tiene un nombre para cada cosa y este sistema, la lengua, nos permite analizar, crear, ordenar y expresar nuevos conceptos en las percepciones y sentimientos. Nadie tiene esta posibilidad más que el hombre mismo.

Sin embargo, por las palabras se ha trastornado el mundo, por el capricho de las palabras llegaron las guerras o los problemas de toda índole, palabras que son usadas para destruir al ser humano, la voluntad de vivir pero también pueden ser el medio principal para moldear el carácter.

Las palabras cobran vida a través de lo que decimos, por una palabra de aliento, de esperanza, de apoyo, de perdón, de conciencia, de sueño, sonreímos, pero no siempre las utilizamos, porque cuando nos enojamos y perdemos la inteligencia emocional, detrás de la palabra, se convierten en palabras ásperas que fracturan esos encuentros familiares, amistosos o amorosos.

¿Será que las palabras sean avispas? ¿Cómo encontrar detrás de la palabra airada? Alex Grijelmo menciona que “Las palabras frías y las palabras calientes que se agolpan en nuestro diccionario mental cambian a veces de temperatura según el contexto que las rodea”.

¿Por qué las palabras no las usamos con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, y de la forma correcta?

Las palabras deberían de disfrutarse, ensayarlas para viajar y enlazarnos en las palabras de los demás, quitar esas palabras que sobran, ponerle color y dar libertad con ellas. No siempre las palabras se las lleva el viento como dice el refrán, hay palabras que sellan para siempre en lo profundo de nuestro ser, palabras duras más que la espada o palabras suaves como es el amor.

Me sigue calando el verso de la poeta rumana Elena Liliana Popescu: “Ser palabra sin hablar”. Quizá lo ideal sería que cuando hablemos, procuremos que nuestras palabras sean mejores que el silencio.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Señora Graciela, textualmete le dije a su hija que cuando leo algo y me agrada sobremanera, me dan ganas de ser yo quien lo hubiese escrito. Me dieron muchas ganas de ser yo quien hubiese escrito los textos su blog, o belogía, o como guste llamarle. Seré su asiduo lector de aquí para el real.

Anónimo dijo...
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Anónimo dijo...
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