Regalos inesperados

La nariz de Clarice estaba pegada al espejo. Se había maquillado sus ojos tristes para darles un toque de vida, se enchinó las pestañas y las decoró con máscara. La chica se encontraba alegre porque le habían dicho que tendría vida por delante. Un poco loca, le susurraba al espejo, y éste le aventaba el humo, empañándole el rostro. Su imaginación, ilimitada, juega a que el espejo es su sombra y cada día sus manos danzan para contarle historias.

El silbato del cartero la ha distraído, y deja a su eterno espejo en paz. No podía imaginarse que esa tarde recibiría un gran sobre. Nerviosa, firma la entrega y, una vez cerrada la puerta, revisa el sobre y se da cuenta de que llega del otro lado del océano. El remitente es Amélie Poulain, una amiga, la primera persona que conoció, hace un año, gracias al blog.

Nunca le ha visto el rostro, pero a Clarice no le importa, porque sabe que el corazón es más importante, y las risas que se han contagiado, y que las palabras llenas de mariposas han sido suficientes. Una vez escucharon sus voces y se rieron por los graciosos acentos.

Abre el sobre emocionada y saltan muchos regalos, además de una hermosa carta en que Amélie le escribe simpáticamente, y Clarice, sonriente, se la imagina leída con acento español.

Le ha mandado un abanico comprado en el rastro madrileño para que se sienta como una Lady Windermere, estilo Oscar Wilde. Ya siente el soplo cariñoso. Ha recibido también una moneda parisina y decide llevarla siempre en su bolso. Gracias a unos discos que le envía, repletos de variadas canciones, todos los rincones de la casa se impregnan de esa música venida de tan lejos.

Dos libros: uno de Miguel Ángel Muñoz, “El síndrome Chéjov”; y el otro, una antología personal, “A todo amor”, de Ángel González, al que acompaña un disco con los poemas leídos por el propio autor. Está tan emocionada con sus nuevos libros que los ha hojeado y queda presa del poeta. Su amiga le dice que es uno de sus poetas favoritos y espera que le guste. Ella piensa que tendrá que comentar a través de sus letras ambos libros.

Clarice sigue viendo los regalos y, como una niña, se sabe llena de alegría. Lee la carta de nuevo. Amélie termina, diciéndole: “Espero que nos veamos pronto y que sepas que no me olvido de ti. Han quedado muchas cosas pendientes como para incluir todas en este cofre viajero, pero espero dártelas en persona. Si no es así, seguiremos cruzando abrazos entre sellos y envíos”.

La noche ha caído. Lee en voz alta a Ángel González: “Yo sé que existo porque tú me imaginas. Pero si tú me olvidas quedaré muerto sin que nadie lo sepa”. Y se imagina ya ese día en que subirá a un barco con alas y cruzará el océano para encontrarse con la voz de Joaquín Sabina y los ojos de Amélie Poulain.