La computadora de vacaciones

Foto: Antona

Estoy de vacaciones, por dos semanas, como la mayoría de los mexicanos que laboramos para el sistema educativo. ¿Qué hacer en vacaciones? Mucho. Aprovechar todo lo que no da tiempo de realizar en la cotidianidad. La ciudad respira un sosiego y la primavera nos viste de lluvia cada tarde. Contemplo a los viajeros que se olvidan del ruido y se refugian en la playa a impregnarse del silencio del mar, o los otros, los fieles seguidores del cristianismo, recordando la historia bíblica. También están aquellos que ni por una u otra cosa optan y siguen en lo mismo de siempre.

Yo decido escribir, lo que me cuesta tanto, y resulta que lo hago a través de la computadora. Mis manos son tan inútiles y casi han olvidado el lapicero. Qué mal, cuando las plumas y los lápices son tan lindos. La tecnología avanzó y nos regaló la computadora. Pero las computadoras también se enferman y a veces requieren de hospital. Le sucedió a la mía. Para mi desgracia, no me hallo en ninguna computadora. La conozco tan bien que nunca me ha interesado conocer otras. Casi tan parecidas, pero distingo a la mía tan única, la quiero tanto que ahora parece que estoy de luto.

Debo cumplir con mi otro trabajo y escribir un texto, pienso en no enviarlo porque tengo pretexto, sin embargo, mi “otro yo” me indica lo contrario. Fui a un negocio de Internet y resultó un caos para mi, escuché música a disgusto y voces distractoras. Regresé a casa y no me quedó más remedio que usar la lap-top. Tampoco me gusta.

De momento me acordé de Paco Ignacio Taibo I, un escritor que admiro. Nunca olvido aquella vez cuando fuimos a desayunar al puerto de Veracruz con la familia, una charla amena y llena de aprendizaje, una mañana inolvidable. El ha escrito una treintena de libros, aprecia el arte, el cine, la gastronomía entre otras actividades, lo caracteriza su sencillez y sentido del humor. Por más de veinte años le he sido fiel en leer sus columnas publicadas, me gusta su estilo de frases cortas.

Recordé su texto dedicado a la computadora en el libro: La mitad de nada:

“Desde ese momento inquietante en que se pasa de la niñez a la juventud, mi destino estuvo señalado por una serie de letras grabadas en piecesitas de una materia plástica o acaso en hueso de vaca. Tuve una maestra que me obligó a escribir tapándome los ojos con un tupido pañuelo negro que marcó definitivamente, mi vida. Estas letras, colocadas en ciertas órdenes, me trajeron problemas, disgustos, alguna alegría, ciertos amigos y un amor. Pasé de letra en letra desde lo que era una voluminosa máquina negra que hacía sonar una alegre campanita al final de cada línea, pasando por la electricidad y perdiendo un día el cable, hasta que mis hijos se pusieron de acuerdo en rejuvenecerme. Desde entonces conocí la computadora. Nombre prometedor. Presencia ominosa. Máquina traga palabras. Ferozmente bella presencia. Realidad contraria al amoroso juego de máquinas que alegraron mi vida. No la quise conocer. Mis tres hijos aseguraron que mi vida cambiaría en el momento que me hicieran llegar la computadora que me regalaban. Esto último fue cierto”.

Mi computadora y yo descansaremos. Podremos sobrevivir sin tenernos unos días.