Foto: Graciela Barrera |
Domingo, 30 de octubre
7:15 a.m.
Voy a mi jardín a tender la toalla. Siempre levanto mi
rostro al cielo para ver si hay nubes. Las nubes son de mis cosas favoritas. ¡Yo
siempre ando en las nubes! Volteo hacia el árbol que se encuentra en la finca
del vecino. Árbol que sabe que todos los días lo contemplo y que muchas veces
lo he fotografiado con todos sus humores. Árbol sin nombre. Tan alto, tan flaco
y tan seco. Miro cómo llega un pájaro. Tantos que llegan, pero hoy fue uno muy
pequeño, de color blanco con negro. Su combinación me llamó la atención y me
detuve a verlo. Nunca había visto un pájaro así, pensé. Y verlo tan tranquilo
sobre la rama, declaré: ¡Oh, Dios! Si este pajarito tan pequeño y tan frágil,
puede sostenerse encima de la rama, ¿cómo yo no podré seguir adelante bajo tu
poder? Sabes de mi fragilidad y de mis últimos meses cómo he estado. Tú que lo
sabes todo.
10:50 a.m.
Estoy atenta escuchando a Luis David. Nos habla de fe. Una
vez más, porque hablar de fe es un tema sin fin. Tan urgente y necesario en
estos tiempos tan caóticos que vivimos. Él dijo: “La clave para aumentar la fe
es la obediencia”. A punto de terminar sus palabras de poder y conocimiento,
mientras yo seguía pensando en la fe, miré la hora en mi celular y fue cuando
me percaté que había varios mensajes. Los vecinos me andaban buscando porque un
árbol se había caído sobre mi techo. ¡Otra vez! dije, recordando cuando el
bambú cayó sobre toda mi casa. Decidí seguir escuchando a Luis David, y
esperarme a abrazarlo. No quise salir corriendo como una loca hacia a mi casa. Terminamos
cantando una canción de fe y milagro. Y expresé cantando: “Lo que escuchaste, ejércelo.
Regresarás a casa y no encontrarás nada grave”.
12:20 p.m.
Mi casa aparentaba tranquilidad. Pero los vecinos dijeron que se escuchó un
estruendo muy fuerte y que Alma, mi perra, lloraba y ladraba. Mi compañero de
vida subió al techo y, el árbol que yo había mirado al levantarme, ya estaba
muerto sobre una parte de mi casa. El dueño de la finca asumió el daño leve. Y
le hablé del árbol y le dije lo que había declarado esta mañana. Me contó que el
árbol era de tiempo corto y que los pájaros carpinteros estaban apresurando su
muerte. ¡Cierto! Yo los escucho casi todos los días. Pero su golpeteo se pierde
entre el canto de aves y gallos. Y me decepcioné de saber que ya no me causarán
gracia los pájaros carpinteros.
1:30 p.m.
Las palabras y el canto de Luis David se hicieron realidad. Otra
historia para su sonrisa. Y valió la pena abrazarlo y estar tranquila. No me
perdí de nada. No salí corriendo. Ni conduje el auto con rapidez. Y sabía que
el vecino asumiría cualquier daño. (Así como la chica que chocó mi auto hace un
par de semanas y que hasta quiso regalarme un masaje terapéutico).
3:00 p.m.
¿Cómo puede ser tan efímero el instante de la felicidad?
No habrá más árbol seco a mi vista.
Constato que mi fe no se secará, ni se caerá, así sea cuál
sea la adversidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario