domingo, octubre 30, 2016

Adiós, árbol seco

Foto: Graciela Barrera
Domingo, 30 de octubre

7:15 a.m.

Voy a mi jardín a tender la toalla. Siempre levanto mi rostro al cielo para ver si hay nubes. Las nubes son de mis cosas favoritas. ¡Yo siempre ando en las nubes! Volteo hacia el árbol que se encuentra en la finca del vecino. Árbol que sabe que todos los días lo contemplo y que muchas veces lo he fotografiado con todos sus humores. Árbol sin nombre. Tan alto, tan flaco y tan seco. Miro cómo llega un pájaro. Tantos que llegan, pero hoy fue uno muy pequeño, de color blanco con negro. Su combinación me llamó la atención y me detuve a verlo. Nunca había visto un pájaro así, pensé. Y verlo tan tranquilo sobre la rama, declaré: ¡Oh, Dios! Si este pajarito tan pequeño y tan frágil, puede sostenerse encima de la rama, ¿cómo yo no podré seguir adelante bajo tu poder? Sabes de mi fragilidad y de mis últimos meses cómo he estado. Tú que lo sabes todo.

10:50 a.m.

Estoy atenta escuchando a Luis David. Nos habla de fe. Una vez más, porque hablar de fe es un tema sin fin. Tan urgente y necesario en estos tiempos tan caóticos que vivimos. Él dijo: “La clave para aumentar la fe es la obediencia”. A punto de terminar sus palabras de poder y conocimiento, mientras yo seguía pensando en la fe, miré la hora en mi celular y fue cuando me percaté que había varios mensajes. Los vecinos me andaban buscando porque un árbol se había caído sobre mi techo. ¡Otra vez! dije, recordando cuando el bambú cayó sobre toda mi casa. Decidí seguir escuchando a Luis David, y esperarme a abrazarlo. No quise salir corriendo como una loca hacia a mi casa. Terminamos cantando una canción de fe y milagro. Y expresé cantando: “Lo que escuchaste, ejércelo. Regresarás a casa y no encontrarás nada grave”.

12:20 p.m.

Mi casa aparentaba tranquilidad. Pero  los vecinos dijeron que se escuchó un estruendo muy fuerte y que Alma, mi perra, lloraba y ladraba. Mi compañero de vida subió al techo y, el árbol que yo había mirado al levantarme, ya estaba muerto sobre una parte de mi casa. El dueño de la finca asumió el daño leve. Y le hablé del árbol y le dije lo que había declarado esta mañana. Me contó que el árbol era de tiempo corto y que los pájaros carpinteros estaban apresurando su muerte. ¡Cierto! Yo los escucho casi todos los días. Pero su golpeteo se pierde entre el canto de aves y gallos. Y me decepcioné de saber que ya no me causarán gracia los pájaros carpinteros.

1:30 p.m.

Las palabras y el canto de Luis David se hicieron realidad. Otra historia para su sonrisa. Y valió la pena abrazarlo y estar tranquila. No me perdí de nada. No salí corriendo. Ni conduje el auto con rapidez. Y sabía que el vecino asumiría cualquier daño. (Así como la chica que chocó mi auto hace un par de semanas y que hasta quiso regalarme un masaje terapéutico).

3:00 p.m.

¿Cómo puede ser tan efímero el instante de la felicidad?
No habrá más árbol seco a mi vista.
Constato que mi fe no se secará, ni se caerá, así sea cuál sea la adversidad.




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