Estaba en el puerto, impregnada a olor viejo de mar, y ahí, recuerdo cuando mi rostro adolescente te vio por primera vez. Nuestros rostros, se quedaron a recorrer los lentos años, congelándose en cada estación del año, sonriéndose entre cortos parpadeos, aferrándose a los guiños de la voz, voces lejanas parisinas confundidas con las voces del ritmo del Son.
Los años para ti no avanzan, permaneces en lo que te caracteriza: tu corazón tan grande, tu sensibilidad, tu alegría jarocha, ser un verdadero amigo, y esto es, lo que me contagia para que mis días sean mejores.
Cada año es lo mismo: abrazarte para mirar tu vuelo hacia al otro lado del océano. En mis sueños secretos se encuentran las esperas para volver a verte, las historias de tu segunda patria me alimentan.
Transcurre el año en nuestras complicidades, tejiendo letras de caracoles mientras llegan los nuevos abrazos.
Cada tarde, los instantes de mi felicidad son matizados por ti, mi rostro se convierte en carcajadas solo por leerte en la rapidez cibernética. Paciencia, comprensión, sugerencias, desahogos. También existen las lágrimas y el consuelo. En tus madrugadas recuperamos el valor y los sueños extraviados. El intenso azul de nuestro mar, la luna y el cielo plateado son los mismos que nos unen.
Los años viejos se detuvieron para convertirse en nuevos y mejores. El mar se convirtió en montaña. Y Paris se convierte en Veracruz y Veracruz se convierte en Paris.
Siempre sueño que estoy ahí, a tu lado, codo a codo, respirando y susurrándonos: “Siempre estará Paris”.
Y a través de las nubes, envío la definición de lo que es la amistad, simplemente escribo tu nombre: Víctor Manuel, mi parisino.
Los años para ti no avanzan, permaneces en lo que te caracteriza: tu corazón tan grande, tu sensibilidad, tu alegría jarocha, ser un verdadero amigo, y esto es, lo que me contagia para que mis días sean mejores.
Cada año es lo mismo: abrazarte para mirar tu vuelo hacia al otro lado del océano. En mis sueños secretos se encuentran las esperas para volver a verte, las historias de tu segunda patria me alimentan.
Transcurre el año en nuestras complicidades, tejiendo letras de caracoles mientras llegan los nuevos abrazos.
Cada tarde, los instantes de mi felicidad son matizados por ti, mi rostro se convierte en carcajadas solo por leerte en la rapidez cibernética. Paciencia, comprensión, sugerencias, desahogos. También existen las lágrimas y el consuelo. En tus madrugadas recuperamos el valor y los sueños extraviados. El intenso azul de nuestro mar, la luna y el cielo plateado son los mismos que nos unen.
Los años viejos se detuvieron para convertirse en nuevos y mejores. El mar se convirtió en montaña. Y Paris se convierte en Veracruz y Veracruz se convierte en Paris.
Siempre sueño que estoy ahí, a tu lado, codo a codo, respirando y susurrándonos: “Siempre estará Paris”.
Y a través de las nubes, envío la definición de lo que es la amistad, simplemente escribo tu nombre: Víctor Manuel, mi parisino.
2 comentarios:
¿Quién dice que hacen falta mil historias para sentarse a escribir? En tu caso ya está funcionando eso de tener una pantalla en blanco y un buen recuerdo.
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