Nina Simone

a Omar Piña

“No sé lo que significa la vida cuando no tienes a nadie en casa, así no tiene sentido llegar” fue lo que expresó Nina Simone cuando iba rumbo a su pueblo natal, Tryon en Carolina del Norte, EUA, cuando regresó después de veinte años que no lo visitaba. Acompañada de su hermano, recordaban ambos nostálgicamente sus años pasados. Ella contemplaba todos esos paisajes y suspiraba por los recuerdos de la infancia y dijo: “Siento que me mato a mí misma, perdí mucho”.

Nina Simone es una de mis cantantes favoritas, me desarma escuchar su voz fuerte, potente y a la vez suave. Me quedo largo rato en silencio, con la luna a cuestas, escuchándola, siento que me susurra y me platica sus afanes, sus luchas interiores, sus sueños, sus ideales. Me quedo quieta, sin moverme, solo con mis ojos para contemplar su rostro y observar ese temperamento fuerte, rebelde, violento.

Ella se transforma cuando canta, explota cuando está frente al público y se entrega. Sus manos acarician el teclado del piano que tocó desde que era una niña, en aquellos tiempos de su iglesia. Pero su talento no se quedó tras las paredes y salió al mundo, a mostrarse como era ella, a defender los derechos de los negros, a vociferar lo que no le gustaba del gobierno estadounidense, a negarse a pagar impuestos como una protesta en contra de la guerra de Vietnam, a declarar que lo que ella cantaba era música clásica negra y que la palabra jazz es el término que elegían los blancos para definir la música negra.

Compositora, cantante y pianista, su nombre verdadero era Eunice Kathleen Waymon. Desde pequeña demostró su talento por la música, la llamaban “el silbador”, tocaba bellamente el piano y a la gente le gustaba congregarse en su iglesia para sentir ese algo especial que ella emanaba a través de sus notas musicales. Siempre sorprendía y por lo general no sabían qué esperar de ella, porque improvisaba y esto la hacía genial en sus interpretaciones, desde el gospel, o el blues al jazz.

Nina Simone soñaba con ser concertista pero decía: “Soy lo que soy, la reencarnación de una reina egipcia”. Una mujer de labios prominentes y con sus singulares pañoletas en su cabeza, sufrida interiormente porque decía que tuvo poco tiempo para el amor. Era disciplinada y expresaba con toda sinceridad lo que no le gustaba. Dedicó su vida a componer canciones para los de su raza, para ayudar a los desvalidos, para deleitar a su público y para esconder su amargura por la impotencia que sentía ante las injusticias. Su amplia trayectoria artística dejó hitos en varias partes del mundo.

Disfruto, entre sus muchas canciones, cuando canta -y casi la habla- “Do what you gotta do”, o con “The other woman”, o la canción que hago mía, “For a while”, y también“To love somebody”, pero una de mis favoritas es “Ne me quitte pas”. La canta dolorosamente. La hizo famosa Jacques Brel. Para mí, Nina, es la versión femenina de Brel.

La gran Nina, la leyenda, sigue viva, y en cada canción me complazco al creer que alguna vez estuve frente a ella.