Javier Marín

Una vez más la belleza transformada en esculturas llegó a Xalapa. Porque si ya habíamos disfrutado antes de las manos de Sebastián y Juan Soriano, ahora nos deleitamos con la obra plástica que tiene un nombre propio: Javier Marín.

Cuerpos por doquier, enteros o por partes, en todas las posturas que el ser humano suele acostumbrar, rostros con todas las miradas reflejando vida y dolor, ojos con nostalgia, bocas con aliento, manos y pies con movimiento, barbas colgando quizá para que el tiempo avance, de lo clásico a la vanguardia. Calvicies para mostrar más allá de la desnudez del alma, alturas para alcanzar el cielo, el que imaginamos y queremos. Cuerpos sin terminar para mostrar que la vida es así, una continua búsqueda hasta llegar a donde deseamos, alambres para esforzarnos a quitar los nudos. Tantos detalles en cada pieza que solo faltan que emitan sonidos. Contemplar cada escultura con detenimiento, sin prisas, caminar a su alrededor, y al observar cada detalle encontramos más y más, esperando que cada una de ellas nos cuente su historia de cómo fue creada. Y uno se imagina y se transporta en aquella Itaca de Ulises o a la vida propia, pensando y deseando saber qué pasa por la mente de Javier Marín al usar sus manos para dar vida al arte.

Javier Marín, un hombre que irradia energía, fuerza, carisma, sencillez, deja huella con materiales desde la combinación de bronce y resina de poliéster hasta usar la misma resina con semillas de amaranto, carnes secas, tierra, pétalos de flores, tabaco, etc., además de jugar con las letras y darles un nombre. Solo para rendirle tributo al hombre. Para expresarle al mismo hombre que somos memorables. En una escultura deja el sello fundido: Por ti, por ti, siempre por ti. Un artista que ha traspasado el mapa mexicano para llegar a varias partes del mundo a enseñar su creación. Trayectoria extensa con más de 50 exposiciones individuales y 200 exposiciones colectivas.

Estoy a su lado, escuchándolo y no me atrevo a preguntar nada, la timidez o la incapacidad, o quizá estaba tan impresionada de ver su obra que preferí callar y solamente pedirle una imagen y una firma para el recuerdo. Los adjetivos no alcanzan para alabar su mundo. Ese mundo en que sus manos son esenciales y él dice: “Usar mis manos ha sido siempre una necesidad expresiva, una forma de hablar, de decir, de procesar mi vida y lo que me sucede”. Javier logra lo que quiere: “tocarnos”, que vayamos “descubriendo lo que no existe, seguir soñando y re-inventándonos”.

El Parque Juárez, la Pinacoteca Diego Rivera y el Ágora de la Ciudad son los escenarios en donde estará la muestra escultórica hasta el 3 de junio. Vale la pena verla. No se la pierda, ni de día ni de noche.