Fotografía de Robert Doisneau |
Entre más conozco a los
hombres, más te quiero a ti, le dijo siendo una niña inexperta y locuaz. Tenía
once años y deseó que él fuera su salvación. Olvidó su pasado, presente y futuro
y escribió una nueva vida y vivió reinventándose. Y al detenerse ante un árbol
se dio cuenta que en realidad su vida era certera. Cuenta los años a su lado y
cada año es un día y un día es un instante que lo recuerda para seguir
viviendo. Lamenta sus errores o sus pecados, pero se congratula y tiene paz
cuando sabe que perdonar es honrar. Vuelve a contar los años y se siente joven,
tan joven que quiere seguir viviendo. Miro el mundo de esa mujer y de esa
pareja y al fruto de sus vientres y me dan ganas de habitar en su jardín y no
salir nunca más de ahí. Ellos guardan silencio entre el viento del bambú. Lo
escuchan como si escucharan el canto de la niña de sus ojos. No sé qué tienen
ellos, pero observo tanta complicidad y libertad. No quieren decir los años que
llevan juntos compartiendo el pan, el vino, la poesía, el cine, la música, los
amigos y el silencio entre tantas mil cosas: pérdidas y encuentros. No quieren
decir porque dicen que solo Dios escribió su destino desde antes que nacieran.
Pero qué importa, me pregunto, si los miro locos y eternos celebrando la vida a
pesar del dolor.
2 comentarios:
Hermoso paisaje ajeno a la realidad, sólo existe para ellos.
Que la felicidad o el dolor los haga amarse aún más.
Besos
Que maravilla de texto...
Que maravilla de vidas...
Precioso
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