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Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo
escucha: ningún rumor.
Clarice Lispector
Después de un par de meses, descubrí que en mi oído derecho cabía
el universo. En mis madrugadas escuchaba el golpeteo a un muro y pensaba en varias
historias sobre ese muro. ¿Quién era la persona que no dormía por golpear tan
insistentemente? ¿Qué clase de martillo usaba? ¿Era un muro antiguo lleno de secretos? Mi sorpresa
fue que yo era la única de mi casa que
lo escuchaba. Un día puse mi cabeza sobre mi almohada y escuché el oleaje del
mar. Otras veces, escuchaba el caer de una estrella. Grillos que no se cansaban
de cantar; el soplo del viento que se transformaba en una ligera lluvia; hojas
que caían como si yo fuera el árbol. Extrañas voces que no logré describirlas. Y
el silencio era tan puro hasta que lo quebraba un ladrido. Y pasaban los días y mi oído era un eco. Creí
que mis frecuentes viajes hacia el mar estaban produciendo que el oído se
obstruyera. Días buenos y días malos. Los ruidos excesivos me molestaban y me
perdía de muchas conversaciones por no escuchar bien. Me inquieté cuando me di
cuenta que el suave tictac del reloj me molestaba. Seguí escuchando toda clase
de sonidos, empezaba a creer que estaba enloqueciendo y declaraba que mi oído
derecho era todo un universo. Hasta que me llegó un vértigo tan fuerte
acompañado de nausea, vómito y cientos de grillos cantando en mi oído. Tuve que acudir al médico y seguiré
con el médico. Mientras tanto, camino y vivo solamente con un oído y escribo: El
silencio deja de ser una belleza cuando crees que alguien te grita.
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