lunes, febrero 29, 2016

Alejandro

Mientras saboreaba un café en La Parroquia 200, observaba a la gente. Siempre me ha gustado mirar rostros e inventar historias. El lugar estaba casi lleno. Todos absortos entre sus pláticas. Mientras seguía mirando, vi que en la parte de afuera estaba Alejandro González Iñárritu con su María Eladia e hijos. Ellos convivían entre familia. Seguí mirando y, de repente, Alejandro se levantó de la mesa y atravesó el restaurante hacia los baños. Mirar su caminar, su color de piel, su cabello y su altura, provocó que yo no saliera corriendo para abordarlo y pedirle un autógrafo o una foto. No. Me quedé sentada mirando todo. Yo no vi que nadie volteara a verlo o lo abordara. Todos estaban involucrados en sus charlas. No sé si no lo reconocieron o simplemente no quisieron molestarlo. Pero Alejandro no es un hombre que pase desapercibido. Lo vi volver hacia su mesa y yo sentí que todas las mariposas estallaban en mi estómago. La misma sensación al salir del cine después de ver una de sus películas. Estuve a punto de pararme, alcanzarlo y decirle lo que me provocan sus historias. Supongo que a cualquier director de cine le gustaría saber lo que piensan sus espectadores. Pero mi instinto me detuvo y seguí sentada contemplándolo. Mi memoria fotografió toda la escena para que se llegara el día de contar esta historia que no recuerdo exactamente si sucedió hace dos o tres años.

2 comentarios:

virgi dijo...

No me extraña nada todo ese cúmulo de sensaciones. Y encima es guapo.

giovanni dijo...

Linda historia! La próxima vez tienes que decirle lo que piensas de sus películas. Si es buena persona le encantará escucharte y verte (mirarte).

Un abrazo