Fotografía: Graciela Barrera |
Ayer jueves, observé el cielo desde mi escuela. Siempre lo
hago. Ningún día es igual. Pensé en el acercamiento del huracán. Este pueblo
que habito, siempre está lleno de lluvia. Lluvia y lluvia es el acompañamiento al canto
de los jóvenes que revolotean por las tardes en la escuela.
Llegué a casa satisfecha por la tarde vivida. Por otro
aprendizaje más. Y porque me alegra que mis compañeros de aula y yo, hemos
tenido conversaciones de reflexión y análisis con nuestras materias en común.
Les compartí la canción “Hoy puede ser un gran día” y finalicé diciéndoles que
pensaran en sus vidas: cómo querían transformarlas; cómo ejercer entre la
adversidad; como disfrutar cada día; cómo mirar el cielo. Y un sinfín de
preguntas retóricas.
Mientras me preparaba para dormir, semiacostada con Alma, mi
perra que ya no es callejera, pensé en el triángulo amoroso de los huracanes,
pensé en tanta catástrofe, pensé en aquellos que le echan la culpa de todo a
Dios y tuve otros pensamientos. Enseguida le pregunté a Luis que si podría
haber un temblor entre tanta lluvia. Simplemente pregunté.
Cómo iba a yo saber que una hora después, mi cama temblaba. Creí
que Alma era la que se movía. Pero, no. La intensidad del movimiento aumentó.
Escuché el ruido de la silla. Y creí que un monstruo estaba debajo de mi cama.
Sí, cómo lo leen. ¡Un monstruo! Qué cabeza tan loca tengo yo.
Me levanté y me quedé en la puerta de la recamara. Empecé a
marearme y clamé a Dios. Los dos minutos que duró el sismo para mi fueron una
eternidad. No dejé de clamar a Dios.
No pensé en la muerte. No tenía miedo. Solamente estaba
impactada por tal suceso. Ahora que escribo esta sensación puedo compararla
cuando recibí mi diagnóstico oncológico. Desde hace dos años, no sentía este
aturdimiento.
Mi mareo duró horas, seguramente por la hipertensión que
sobrellevo. No lo sé. Repito: no tenía miedo. Fue pensar en mis jóvenes:
¿alguno de ellos estará recordando nuestras charlas y será fuerte? Y fue pensar
en mi hija, en mi madre, en mi familia, en mis amigos, en mis compañeros de
trabajo y en el mundo que nos aflige. Un sismo de 8.4 con exceso de lluvia
tiene su gracia.
México y sus cincuenta millones de habitantes que
experimentaron este sismo tendrán su propia historia. No la olvidarán. Porque
todavía nos persigue el año 1985. Y porque estamos vulnerables a todo lo que
sucede en nuestro entorno. Entonces, yo recuerdo esa declaración potente en el
Dios que creo: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad; yo he vencido al
mundo". Seguiré clamando a Dios por todos los que están padeciendo.
Mientras el sismo estaba en acción, Alma siguió dormida. No
se inmutó. No despertó. Estuvo plácidamente dormida.
Alma, tiene un alma estable. Yo también quiero ser como ella.
1 comentario:
Là vida es frágil para todos ,a veces là vemos cerca pero no nos coge y otras veces al contrario .
Lo importante es utilizar bien el tiempo y eso sí que depende de nosotros.
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