Llegar al sitio indicado, y observarlo que ahí estaba sentado solo hojeando un libro, me senté cerca y con mis nervios atropellé la silla elegida, y él, con mi ruido, volteó a ver mi rostro, con sus ojos grandes adornados por sus lentes cuadrados de pasta negra, su cabello cano y sus labios delgados, se extendieron para regalarme una gran sonrisa. Vestimenta formal pero con sus zapatos tenis marca reebok, baja estatura y sus 82 años de edad, Lêdo Ivo solo esperaba el momento para que fuera presentado como el invitado especial durante el Festival Internacional Junio Musical por la Universidad Veracruzana en el Encuentro de Poetas de Brasil y México.
Con una ternura de voz brasileña dijo: “Soy una invención de Carlos Montemayor. Soy una invención mexicana y México es mi segunda patria”. Lo declaró con tal convicción y recordando su primera visita que hizo a nuestro país. Así también compartió sus vivencias en otras ciudades mexicanas. Agradeció que por Carlos Montemayor, quien tradujo su libro “La imaginaria ventana abierta” en el año de 1980, a partir de esta fecha se dio a conocer en México.
Lêdo Ivo, nacido en Maceió, Alagoas, en el nordeste brasileño, en 1924, es poeta, narrador y ensayista. Está considerado uno de los más destacados dentro de la literatura moderna brasileña. Es representativo dentro del movimiento de la Generación del 45 de su país. Para él, la poesía representa en su vida: su propia vida y su razón de ser.
El poeta estuvo acompañado por Roberto Arizmendi y Jorge Lovillo la pasada mañana soleada del 30 de mayo. Compartieron la lectura de sus poemas, entre ellos: “Los pobres en la central de autobuses”, “Las viejitas de Chicago”, “Los murciélagos”, “Haga el amor de día”, “A los magnates”, dejándonos al público asistente, un corazón saudade.
Mis reglas se rompieron cuando permití que mi recuerdo con él se quedara en un papel fotográfico.
“Soneto de la nieve”
Cuando te amo, siempre pienso en la nieve,
una nieve blanca como el esperma.
Pienso siempre en la nieve cuando te poseo,
en la nieve blanca que cae entre los álamos.
En mi niñez siempre deseé
ver la nieve caer, y atravesar la blanca
oscuridad de la nieve que entre el día y la noche
devuelve al mundo negro de un blanco seminal.
Yo siempre deseé que el mundo fuera la albura
de la nieve, como la blancura virginal
de la blanca sábana inmune a cualquier mácula.
Y la nieve cae en mí y cae en la desolada
noche oscura del alma, la nieve del silencio,
La inmaculada y frígida albura de la nada.