jueves, octubre 08, 2009

Las intolerancias de Larissa

Foto: Mousse

Recordé a mi amiga Larissa. Su nombre es porque su padre se enamoró de la protagonista de la película Doctor Zhivago. Para conocer la historia, ella leyó el libro y vio la película. Cuando cumplió doce años de edad, su padre le regaló El resplandor de Stanley Kubrick, film que hizo uno de sus favoritos. Su padre la bromeaba y le decía que pondría a prueba a los pretendientes, preguntándoles cual fue la última película que vieron. Vivía en una casa donde se respiraba cultura y arte. La decoración de algunas paredes estaban tapizadas de carteles de cine. Al parecer, su padre se los robaba de los antiguos locales. Total, decía él: ¿a quién le importa tenerlos?

A Larissa la conocí precisamente en la cafetería del cine. Estaba sola. Se le notaba melancólica. Aún la recuerdo como estrujaba una hoja amarilla. Ella había llorado porque acababa de ver la película Babel de Alejandro González Iñárruti. Otra más, pensé, que llora en el cine. El guión escrito por Guillermo Arriaga también me había tocado. Recuerdo que una vez fui con un par de amigas a ver Bailando en la oscuridad de Lars von Trier y una de ellas, salió tan consternada que perdió la noción de cómo regresar a casa.

Me senté en la barra, al lado de la chica y, tomando un café expreso, empezamos a charlar. Me contó que no sólo lloraba por la película, sino por la gente mal educada. Al escucharla, comprendí que no era la única intolerante. Desde ese momento me sentí identificada con ella. Así surgió nuestra amistad, hablando de intolerancias y lágrimas. Mi amiga me introdujo en su mundo cinéfilo y me hizo partícipe de las reuniones familiares, como si fuera la hermana que nunca tuvo. Por ella empecé a trabajar en una productora con su madre, una escritora frustrada que se convirtió en ser la asistente de la hija de un cineasta mexicano.

Las comidas eran una verdadera delicia. Su padre era chef y tenía un restaurante de comida fusión. Se llamaba “Las tres K”. En honor a sus directores favoritos: Akira Kurozawa, Stanley Kubrick y Krzsztof Kierlowski. La carta del menú se caracterizaba por su temática cinéfila. Un lugar agradable y visitado por personas interesantes del medio de la literatura y del arte. Ahí conocí al actor Damián Alcázar del cual me enamoré. Para Larissa todo era cotidiano. Educada como hija única, con unos padres que sino eran ricos monetariamente, si tenían una riqueza cultural que yo disfrutaba y aprendía. Sus mascotas se llamaban Movie y Claqueta.

Con unos ojos como granos de café, así le dijo un actor, Larissa representaba la belleza mexicana. Inteligente, carismática, alta, delgada, morena. Trabajadora y siempre deseando aprender, no se le cerraba el mundo. Tenía una facilidad envidiable para los idiomas y su pasión era viajar. Por su buen promedio se ganó una beca, en una universidad extranjera para estudiar la carrera de cine. Sabíamos que pasaría mucho tiempo para volvernos a ver. La ayudé a arreglar su equipaje. Me quedé a vivir con sus padres y después me mudé con un director de cine recién llegado a la ciudad. Larissa me dejó una hoja amarillenta como recuerdo a nuestra amistad. La guardé por muchos años. La volví a leer y recordé la primera vez que la conocí en aquella cafetería.

Es la hoja donde escribió sus intolerancias: “No tolero que las personas lleguen tarde cuando ya empezó la película. Que platiquen durante la proyección. Que se rían cuando no amerita el caso. Que suenen los celulares. Que lleven niños llorones. Que las parejas no presten atención por noviar. Que se salgan a media película y regresen preguntando qué está sucediendo. Soportar el ruido de lo que consumen. El típico que empieza a contarle la película a su acompañante. Que termine la película y no lean los créditos. ¿Acaso no comprenden que ahí están todos los que se esforzaron?”

16 comentarios:

Camille Stein dijo...

intolerancias que comparto en su totalidad... sin quererlo, como si formara parte ya de nuestra vida, es imposible no buscar a Lara después de ver 'Doctor Zhivago'; tampoco se puede no recordar a Rinko Kikuchi en 'Babel', o a Bjork bailando en su oscuridad...

un beso, Graciela

el ojo con dientes dijo...

hermosa historia

josef dijo...

Su padre tenía el mismo gusto que yo. las tres k de tres grandes directores, en efecto. Estoy de acuerdo con la opinión de tu amiga sobre sus intolerancias en el cien también. UN saludo!

Voz Ruda dijo...

Me declaro intolerante! eso ya lo sabes...
me encanto el relato!

Anónimo dijo...

Ay!!!!

AnaM.M.N dijo...

Debia tomarse como un ritual el ir al cine...Comparto,tambien toda esa lista de intolerancia.

Un abrazo

CASSA MIA! dijo...

Que buen relato!, me gusta el nombre de larissa; me imagino esa casa como una que he visitado en un pueblo mágico.saludos

ELY. Donde no hay mar dijo...

Aki Llueve.Mi ciudad estpa fria, gris y quieta, como queriendo escuchar a Mercedes sosa,como queriendo representar esa voz,esto que usted escribio, todo en un blanco y negro, como ese nuestro rekuerdo del cine de antaño, con palomitas naturales,tambien el cine nos lleva a otros rincones maravillosos, tambien el cine nos pone en medio de un desierto donde
antes del ùltimo titro debemos ser tolerantes con los q disparan el final de la pelicula sin que halla acabado la historia.Q el cine nos lleve a otros frentes, q acabe el sueño e inicie la vida, dicen acà los comicos de la legua.
Gracias por pasar a mi blog!!

I. Robledo dijo...

Diantres, amiga, me encanto esa expresion de "las parejas que se dedican a noviar en el cine..."

Ay, que tiempos aquellos en que ANTIQVA, niño, iba al cine, a ver LOS DIEZ MANDAMIENTOS, con un boliche de gaseosa y un sobre de pipas de girasol...

Y los cines de barrio, plenos de chiquilleria, rabiosos contemplando las hazañas de Tarzan...

Y las gentes del barrio, fumando felizmente en la sala...

Je,je,je

Que tiempos tan entrañables...

Decididamente, no debemos ser intolerantes, al menos no con aquellos tiempos prodigiosos de los boliches y las pipas de girasol... Ah, y los novios "noviando"... Que hermosisimo...

Je,je,je

Amiga, creo que hoy me terminaras dando un capón... Pero es que hoy estoy feliz...

Son cosas de las gentes simples...

Por cierto, mañana estrenan aqui AGORA de Alejandro Amenabar....

Si, si, querida amiga, ya me callo... que el acomodador de la sala me regaña por hablar tanto...

Anónimo dijo...

microchip-666

Anónimo dijo...

Linda historia. Y lo que mas me gusto fue el tremendo respetode Larisa por los creditos del final:esa larga lista de personas, cada una en su papel y todas entrelazadas poniendo el alma para que todo saliera perfecto. Besos amiga.
Ivania

PÁJARO DE CHINA dijo...

No sé si lo que escribiste es real o es ficción. Porque todo es ficción, al fin y al cabo. ¿Y qué importa si hay una línea divisoria? Yo no consigo verla. Lo que sí veo es cada gesto de los que escribiste. Veo al padre de Larissa robándose los carteles de las películas para empapelar su casa (con ellos, sobre todo los antiguos, deberíamos empapelar el mundo), veo tu encuentro-relámpago con el actor, veo los ojos y el equipaje de Larissa. Veo pasar los créditos, al final de tu escritura. A tu escritura la escucho respirar.

Ir al cine es participar de un ritual, sagrado. Es ingresar en un mundo dentro de este mundo, donde las leyes de este mundo se suspenden y un puñado de criaturas miran en silencio las mismas imágenes, anudándolas con sus propias historias, que no conoceremos, jamás. Pocas veces estamos tan cerca y tan lejos de la gente.

P.S.: Recorriéndote me hamaqué en los ojos refulgentes de Lila Downs y me abracé, otra vez, con Fito Paéz, como aquella noche en que le dije que, en ciertos días oscuros, escuchaba "La Buena Estrella" para seguir de pie.

Y besé la frente y los pies de Bethania, que canta descalza y es un regalo que nos ha sido concedido. El disco en el que intercala poemas de Pessoa entre las canciones me cala los huesos. Escuchándola en vivo te decís: qué bueno estar acá, acá, en el mundo.

Un abrazo.

Isabel Mercadé dijo...

Me encantó la historia, Graciela. Y estoy completamente de acuerdo con Larissa.
Un abrazo inmenso.
(disculpa que esta vez sea tan escueta; mi tiempo estos días no me permite más, pero estoy, siempre estoy aquí).

LA CASA ENCENDIDA dijo...

Las intolerancias de la hoja amarilla, las hago todas mías. ¡Que bonito es el cine!, lo disfruté mucho de niña, ahora ya no hay cines en mi ciudad y los echo muchísimo de menos.
Me ha encantado esta entrada tuya, ha sido un relato precioso.
Besicos muchos.

Kety dijo...

Graciela, ahora voy poco al cine, pero al leerte, retrocedo a mis años jóvenes.

PD: Gracias por tus palabras en mi blog, me ha tranquilizado saber que te gustó.
A mi si que me temblaban las piernas de pensar en lo contrario.

Un fuerte abrazo

Mateo Bellido dijo...

Hola, Graciela cinéfila.
Tu historia es preciosa. Si es real o no, no importa; pero debió serlo.
Tengo que agradecer a Antiqva sus recuerdos que fueron los míos.
Fíjate, mis padres me llevaban al cine en la única sesión semanal y nocturna. Allí disfruté tempranamente del cine...no podré olvidar "Los diez mandamientos" y muchísimos títulos más...era impresionante el silencio de aquellos años donde hasta los niños no molestaban y nadie se levantaba hasta que no se encendían las luces y acababa la cinta...¡¡¡¡cómo leía mi padre los nombres en inglés!!!!!
Ha sido un placer.
Un abrazo